jueves, 19 de marzo de 2009

Una mirada del Terrorismo

DESDE EL PRINCIPIO DE RESPONSABILIDAD DE HANS JONAS

Jonas de origen Judío, alemán y exiliado en Inglaterra y luego en Israel, Canadá, y Estados Unidos. Discípulo de Husserl y de Heidegger en Freiburg y de Bultmann en Malburg. Su reflexión sobre la responsabilidad no puede entenderse sin la experiencia de la Shoah: su madre murió en Auschwitz y él fue voluntario en la Brigada Judía del ejército británico en la II Guerra Mundial. Para comprender a Jonas no debiera pasarse por alto su conferencia “El concepto de Dios después de Auschwitz”, brutalmente desesperada, que ha sido tal vez la principal reflexión teológica judía sobre el fenómeno hitleriano. Jonas considera que el nazismo es la expresión de un mundo en que Dios ha renunciado al poder para que el hombre pueda existir.

Han Jonas arranca de un hecho: el hombre es el único ser conocido que goza del criterio moral de responsabilidad. Sólo los humanos pueden escoger consciente y deliberadamente entre alternativas de acción y esa elección tiene consecuencias. La responsabilidad emana de la libertad. O, en sus propias palabras: la responsabilidad es la carga de la libertad. La responsabilidad es un deber, una exigencia moral que recorre todo el pensamiento occidental, pero que hoy se ha vuelto más acuciante todavía, porque –en las condiciones de la sociedad tecnológica- ha de estar a la altura del poder que tiene el hombre.

En la ética de Jonas hay un elemento deontológico –finalmente, plantea un imperativo-, pero no conviene olvidar que se parte de un argumento prudencial, prácticamente aristotélico. Su imperativo es provocado por las nuevas condiciones de vida provocadas por la amenaza tecnológica. Para Jonas, la responsabilidad moral arranca de una constatación fáctica (la vulnerabilidad de la naturaleza en la era de la técnica) cuanto de un a priori kantiano de respeto a (todas las formas de) la vida.

La ciencia y la técnica han modificado profundamente las relaciones entre hombre y mundo. Para los antiguos, la potencia humana era limitada y el mundo, en cambio, era infinito. Jonas propone el ejemplo de la ciudad griega, que era un enclave civilizado rodeada un entorno amenazador, de bosques y selvas. Pero hoy la situación se ha invertido y la naturaleza se conserva en parques naturales, rodeados de civilización y tecnología. Hoy la naturaleza es débil y está amenazada. El hombre tiene, pues, el deber moral de protegerla y ese deber aumenta en la medida que sabemos lo fácil que es destruir la vida. La ética hoy debe tener en cuenta las condiciones globales de la vida humana y de la misma supervivencia de la especie.

La idea fundamental sobre la que se sustenta la ética de Jonas es la experiencia de la vulnerabilidad. Las generaciones actuales tienen la obligación moral de hacer posible la continuidad de la vida y la supervivencia de las generaciones futuras. Ese deber es explicitado como imperativo categórico.

A diferencia del imperativo categórico kantiano que se dirigía al comportamiento privado del individuo, el nuevo imperativo de la responsabilidad se dirige al comportamiento público y social. No se trata de buscar la armonía del hombre consigo mismo, la coherencia personal del humano que quiere estar a la altura de su deber, como acontecía en Kant, sino que se pone el acento en la dimensión de futuro que, al revés de lo que acontece con la utopía, no se ve como promesa sino como amenaza.

Si la ética de Jonas se pretende como valor universal, es porque, obrando así, defendemos la vida de todos.

El imperativo ético que propone Jonas parte del miedo. Es el miedo a las consecuencias irreversibles del progreso (manipulación genética, destrucción del hábitat, el uso de armas biológicas, químicas, etc.), lo que nos obliga a actuar imperativamente. El motor que nos impulsa a obrar responsablemente es la amenaza sobre la vida futura.

En la civilización actual es mucho más fácil saber qué es el mal que indagar sobre el bien, la experimentación sobre nuevas tecnologías, el uso de armas biológicas y químicas, como eventual poder político y de guerra; en los laboratorios, los innumerables casos que van mas allá de toda prudencia, ocasionando serios daños sobre la salud y los ecosistemas. Si nos damos cuenta de los efectos a largo término de nuestros actos y somos capaces de experimentar el sentimiento de pérdida posible, necesariamente debemos sentirnos impelidos a obrar. No hay técnica “buena” y técnica “mala”. Como dice en su conferencia “Por qué la técnica moderna es objeto de la ciencia” (1982): “La bendición de la ciencia, puede convertirse en maldición: el hermano Caín (la bomba) es malo, pero el hermano Abel (el pacífico reactor) también lo puede ser”.

El miedo es un sentimiento negativo, pero con seguridad puede plantearla a la humanidad, las nociones de prudencia y respeto frente a los ensayos tecnológicos: Asumiendo la amenaza sobre el futuro de la humanidad y que nos invita a obrar con responsabilidad.

El imperativo de la responsabilidad puede plantearse en tres puntos:

1. El planeta está en peligro y la causa de este peligro es el poder del hombre, poseedor de una técnica que ha llegado a ser anónima y autónoma e impredecible cuando se somete al simple criterio de ensayo-error, sin ajustarlo prudentemente, por los resultados funestos que puede traer las tecnologías “novedosas”.

2. Debemos actuar a partir del deber que es para todos los humanos la supervivencia a largo plazo de la humanidad, se hace necesario repensar en las generaciones futuras, pensando en nuestro presente.

3. Una ética aplicada: basada en la heurística del temor reflexivo.

Esta mirada filosófica de Han Jonas nos otorga el análisis reflexivo sobre el fenómeno del terrorismo, como fenómeno que nace desde el uso irresponsable de la ciencia en los laboratorios, donde el investigador se olvida de la ética de la vida, para ser cuidada de forma responsable. El investigador puede y debe asumir posiciones críticas en su labor científica, si bien es cierto la ciencia no tiene ética en estricto sentido, quien la efectúa, el ser humano, si debe pensar en su posición ideológica cuando realiza experimentos que dan lugar a armas letales, él si puede y tiene una ética; en sus manos esta decidir, como lo haría Einsten frente a la fusión nuclear y el resultado infortunado de la bomba atómica, cuando de manera responsable renuncia y desautoriza la utilización de dicha tecnología.

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