jueves, 13 de mayo de 2010

EROS Y THANATOS EN EL JUEGO DE PÓKER

“El juego es un tiempo reversible y recuperable, en él se puede morir y renacer”

El juego de póker es un proceso creativo constante que revela paso a paso modelos significantes sociales e individuales: La simbología inscrita en el manejo de poderes, donde el más hábil desarrolla la fortaleza de mimetizarse sin ser descubierto, el que sabe tomar la decisión de apartarse para poder disfrutar del placer de lo ganado, el que sabe revertir y recuperar, el que se levanta del fracaso como el ave fénix, el que sabe asumirlo hasta las últimas consecuencias.

La simbólica inscrita en el principio del placer, en la prosecución de la felicidad con la partida ganada, inmersa en la comunidad de ideales de lucha y agresión. El aplazamiento a la recompensa, por la esperanza de la futura victoria. El dolor y la angustia de la pérdida. La sublimación de las perturbaciones de la vida colectiva emanadas de los instintos de agresión y autodestrucción. El recurso a que apela la cultura para minimizar la agresión e incluso coartarla.

Para nadie es oculto el placer fruto de las relaciones de fuerza, de las situaciones estratégicas de los jugadores puestos en una mesa de juego. El juego del póker obedece a una voluntad de poder, que contempla permanente la vida y la muerte, la ganancia y la derrota, la arrogancia de la victoria y el duelo; todas estas situaciones expectantes, a la puerta, con el secreto del límite extremo de la felicidad y el peligro, que constituyen la amalgama perfecta al estilo de Nietzsche, cuando afirma: “El secreto de una vida dichosa es vivir peligrosamente”. Una vida dichosa implica en la mesa del jugador, el ardiente fuego del entusiasmo, la anarquía, la energía demoníaca y dionisiaca, que arriesga la seguridad y la felicidad por el placer creativo de la simbiosis bipolar del logro: “Humano, demasiado humano…”

El sentido de la pasión que emerge de la ganancia y la victoria, no sede jamás a la compasión por el derrotado, ni la culpabilidad por el error del otro; se excluyen de tal manera, en la expresión solitaria del héroe que marcha solo luego de su batalla. El jugador de póker como espíritu libertario, en su dinámica lúdica, se enseñorea de su pro y su contra, aprende el arte de tomar y dejar, de aprovechar o no el momento. No hay posibilidad de la perspectiva de lo injusto, no puede hacer otra cosa que tomarse para si mismo el todo como fin y medida de las cosas.

De otra parte, el dolor de carácter subjetivo es un factor que asecha permanente en la dinámica del juego, la apremiante y eventual circunstancia de derrota, es a la vez un estímulo en la competitividad y la agresividad del mismo; también es parte de la actividad lúdica. Aquí, el dolor de la derrota puede trascender el espacio propiamente dicho, lo cual hace que una derrota no sea una simple pérdida, puede significar el resquebrajamiento del jugador. El dolor es a su vez, agresión reciproca y sublimación de instintos agresivos de origen social, compensados en el ámbito del juego socialmente aceptado. Cabe recordar que la personalidad del jugador en la mesa de póker, no es más que una verdadera extensión de su ser interior, sus fortalezas y sus carencias se evidencian en algún momento, su capacidad creadora o autodestructiva como aspecto que forma parte de todo ser humano también se pondrá sobre la mesa.

Un ejemplo típico, de los fenómenos que esconden mayor carga de vida-muerte y que ocasiona fatales consecuencias al jugador de póker es el narcisismo, que sobreestima sus habilidades, que esconde una personalidad con autoestima baja y sensación de poca valía, y que para compensar crea un ego grandioso y superior. Su hambre insaciable de reconocimiento se convierte prontamente en una espada de doble filo en el arriesgado mundo del juego, con única posibilidad constante de colmar ese hueco que nunca puede ser llenado.

Nancy Velasco P.

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